El mapa del turismo activo y el de la peste porcina africana (PPA) empiezan a cruzarse con inquietante frecuencia.
Lo que hace unos años parecía un problema lejano, asociado a granjas industriales del Este de Europa, hoy se ha plantado en parques periurbanos, montes muy frecuentados y espacios naturales donde conviven senderistas, ciclistas de montaña, corredores de trail, grupos de turismo cinegético y poblaciones crecientes de jabalíes. La reciente detección de focos en jabalíes en Collserola, a las puertas de Barcelona, ha llevado a prohibir actividades al aire libre en decenas de municipios y a desplegar un dispositivo sin precedentes para capturar animales y limitar el acceso del público.(El País)
Conviene subrayarlo desde el principio: la peste porcina africana no afecta a los humanos, ni supone un riesgo sanitario directo para senderistas o ciclistas. Se trata de una enfermedad vírica letal para cerdos domésticos y jabalíes, responsable de enormes pérdidas económicas allí donde entra, y para la que, a día de hoy, no existe vacuna ni tratamiento eficaz.(European Food Safety Authority) El problema, por tanto, no es el turista como víctima, sino el turista como posible vector involuntario, en un escenario donde los límites entre monte, fauna silvestre y explotaciones ganaderas son cada vez más difusos.
Los organismos internacionales llevan años advirtiendo de que las actividades humanas son el gran acelerador de la expansión de la PPA. El virus puede sobrevivir durante largos periodos en el medio ambiente, adherido al barro de las botas, en ruedas de bicicletas o vehículos, en ropa y equipo deportivo, así como en productos cárnicos contaminados (embutidos, jamón, restos de bocadillos) que se abandonan en el campo.(WOAH) Estudios epidemiológicos muestran que, en poblaciones de jabalí infectadas, la enfermedad avanzaría apenas unos diez kilómetros al año sin “factor humano”, pero los saltos de cientos de kilómetros que se observan en Europa solo se explican por desplazamientos de personas y mercancías.(PMC)
En este contexto, el turismo activo se convierte en una pieza más de un puzle complejo. Carreras de montaña que atraen a miles de participantes, marchas BTT, concentraciones de trail, rutas ecuestres, caza turística o visitas guiadas para avistar fauna pasan muchas veces por zonas donde el jabalí campea a sus anchas. La sobrepoblación de esta especie en buena parte de Europa, alimentada por el abandono rural, la abundancia de cultivos y la falta de depredadores naturales, ha sido señalada como un factor clave en la persistencia y propagación del virus.(ScienceDirect)
Cuando, además, esas actividades implican la llegada de participantes desde otros países o regiones, el riesgo se multiplica. Un vehículo todoterreno que ha circulado días antes por un bosque afectado en Europa central, unas botas usadas en una montería en un país con PPA o unos restos de embutido traídos de vacaciones desde una zona infectada pueden convertirse en el eslabón que falta para que el virus salte a un nuevo territorio. De ahí que los manuales de la Organización Mundial de Sanidad Animal insistan en la limpieza minuciosa de ropa y equipos, en la prohibición de alimentar animales salvajes con restos de comida y en el control de la movilidad de productos cárnicos.(WOAH)
Las restricciones recientes en Cataluña, con suspensión de actividades al aire libre en parques naturales y senderos habituales para el ocio de fin de semana, ilustran hasta qué punto un brote en fauna silvestre puede impactar también en la economía del turismo activo. No se trata solo de la enorme factura potencial para el sector porcino y las exportaciones de carne, que en España superan los 9.000 millones de euros anuales, sino de la imagen de los destinos, la pérdida de ingresos para empresas de guías, alojamientos rurales y comercios vinculados al deporte de naturaleza.(La Vanguardia)
Paradójicamente, algunas de las soluciones pasan por una mejor gestión cinegética, en la que la caza –también una forma de turismo activo– se utiliza como herramienta de control poblacional del jabalí, siempre bajo estrictos protocolos sanitarios. Informes europeos señalan que la caza regulada puede contribuir a mantener las poblaciones en niveles compatibles con la erradicación de la enfermedad, aunque advierten de que la presión cinegética mal planificada también puede dispersar animales y dificultar el control.(PMC)
La relación entre turismo activo y peste porcina no es, pues, unidireccional ni simple. Por un lado, la presencia masiva de personas en el medio natural aumenta los riesgos de introducción y diseminación del virus. Por otro, el propio sector puede convertirse en aliado de la bioseguridad: empresas de aventuras que informan a sus clientes, organizadores de eventos que exigen desinfección de calzado y bicicletas, refugios de montaña que señalizan normas sobre residuos alimentarios o clubes de senderismo que evitan zonas restringidas y comunican posibles hallazgos de fauna enferma.
En un país como España, primer productor porcino de la Unión Europea y referencia mundial en exportación de carne y elaborados, cada foco de peste porcina africana en jabalíes en un espacio natural no es solo un aviso para las granjas, sino también para el sector turístico.(European Food Safety Authority) El futuro inmediato pasa por aceptar que la convivencia entre turismo activo, fauna salvaje y ganadería será frágil y exigirá algo más que carteles en los aparcamientos. Información veraz, coordinación entre autoridades de sanidad animal y de medio ambiente, y la implicación de quienes organizan y disfrutan del turismo de naturaleza serán claves para que las botas de un senderista o las ruedas de una bicicleta no se conviertan, sin saberlo, en vehículo de una de las enfermedades más temidas por el sector porcino mundial.
