Cuando el circuito mundial de parapente dejó atrás las laderas verdes de Larouco, en el norte de Portugal, la caravana de velas de colores puso rumbo a otro mito del vuelo libre: Governador Valadares,
en el estado brasileño de Minas Gerais. Allí, bajo la silueta inconfundible del Pico da Ibituruna, se disputó en marzo de 2005 el noveno Campeonato del Mundo de Parapente, el primero fuera de Europa después de varios ciclos y el encargado de inaugurar una nueva etapa para la disciplina.(Wikipedia)
Si Larouco había demostrado en 2003 que Europa seguía teniendo escenarios de clase mundial, Brasil aportaba algo distinto: un clima casi garantizado, térmicas potentes y largos días de verano austral. No era casualidad que la ciudad ya fuera conocida como “capital mundial del parapente” y que Ibituruna se hubiera consolidado como una de las rampas más codiciadas del planeta, tanto por pilotos recreativos como por competidores.(Wikipedia)
Entre mediados y finales de marzo, en una ventana oficial que se extendió del 11 al 27, alrededor de 150 pilotos de unos 40 a 45 países se dieron cita en Valadares, convirtiendo la ribera del río Doce en una pequeña ONU del vuelo libre.(Wikipedia) Cada mañana, las pick-ups trepaban por la carretera hasta la cumbre, cargadas de velas de las marcas punteras de la época, arneses voluminosos y cascos integrales que hoy parecen casi vintage. En el despegue, una alfombra de colores esperaba la orden del director de competición mientras se afinaban instrumentos, se repasaban balizas y se cruzaban pronósticos.
La meteorología respondió al prestigio del lugar: térmicas generosas, techos altos y jornadas en las que el cielo se llenaba de alas. Los diez “tasks” acumulados a lo largo del campeonato, con recorridos que oscilaron entre algo más de 50 y más de 70 kilómetros, dibujaron auténticas carreras de velocidad sobre un paisaje de colinas verdes, el río serpenteando en el fondo del valle y la roca oscura de Ibituruna como referencia constante.(Yumpu)
En ese escenario se consagró definitivamente la supremacía suiza de la época. El título mundial absoluto fue para Steve Cox, que supo combinar regularidad y agresividad táctica para imponerse en la clasificación general. Le acompañaron en el podio el austriaco Christian Tammeger y otro suizo, Stefan Wyss, completando una foto que reflejaba el dominio centroeuropeo en aquellos años.(fai.org)
En categoría femenina, la británica Louise Crandal se llevó el oro tras un campeonato muy sólido, por delante de la alemana Ewa Wisnierska-Cieslewicz y de la suiza Elisabeth Rauchenberger. Para muchas pilotos, aquella edición supuso un antes y un después: cada vez más mujeres se consolidaban en el circuito de alto nivel, y Valadares fue la prueba visible de que la élite femenina podía disputar tareas largas y técnicas en condiciones idénticas a la categoría abierta.(fai.org)
Por naciones, Suiza rubricó su hegemonía con un oro en equipos, seguida por Alemania y la República Checa. El título por selecciones, más allá del palmarés, confirmó la importancia del trabajo colectivo: tácticas de equipo, información compartida en vuelo y una lectura común del día fueron claves en un campeonato donde los errores se pagaban caros y la consistencia valía casi tanto como una victoria de manga.(old.fai.org)
Pero el Mundial de Governador Valadares fue algo más que una lista de resultados. Supuso también la consolidación de Brasil como gran potencia organizadora de eventos de vuelo libre. La logística en torno al Pico da Ibituruna, con un despegue amplio, accesos razonables y un enorme campo de aterrizaje junto al río, demostró que América Latina podía ofrecer infraestructuras y profesionalidad a la altura de las mejores sedes europeas, añadiendo el plus de un ambiente cálido, una ciudad volcada con el campeonato y una cultura del vuelo muy arraigada entre los habitantes de la zona.(Wikipedia)
En lo deportivo, el Mundial posterior a Larouco confirmó la madurez del parapente de competición. Las velas de alto rendimiento de entonces, con alargamientos ya elevados para la época, esbozaban la transición hacia un material cada vez más exigente, mientras que la navegación por GPS se consolidaba como estándar, relegando definitivamente los tiempos del simple variómetro y el mapa en la rodilla. Las discusiones técnicas sobre seguridad, márgenes de maniobra y exigencia de las alas empezarían a intensificarse en los años siguientes, y muchos pilotos recuerdan Valadares 2005 como una de las grandes vitrinas de aquel “parapente de frontera” entre dos épocas.
Para los vecinos de Governador Valadares, aquellas jornadas dejaron una imagen imborrable: el cielo cubierto de velas al atardecer, los aplausos en la meta al lado del río y el nombre de la ciudad sonando en idiomas de todo el mundo. Para la historia del parapente, el Mundial de 2005 queda como el campeonato que, tras Larouco, llevó la corona de la disciplina al corazón de Brasil y consolidó definitivamente a Ibituruna como uno de los altares del vuelo libre mundial.