En las últimas temporadas, muchos viajeros han tenido la misma sensación al intentar reservar una actividad de aventura:
la adrenalina va incluida en el precio… y el precio ya no es el de antes. Barranquismo, parapente, inmersión de bautismo en buceo, rutas en quad o en buggy, rafting o vías ferratas se han consolidado como parte del menú turístico en España, pero también se han visto arrastrados por una inflación silenciosa que ha encarecido de forma notable el acceso al llamado turismo activo.
Los datos ayudan a entender el fenómeno. Según el informe de turismo activo 2024 elaborado a partir de las reservas gestionadas por la plataforma Yumping, este segmento mueve ya más de 5.550 millones de euros al año en España y genera alrededor de 30.000 empleos directos. Actividades como rutas a caballo, buceo, parapente o puenting concentran buena parte de la demanda, con precios medios que van desde poco más de 35 euros por una partida de paintball hasta más de 370 euros para un salto de paracaidismo, pasando por unos 160 euros para un descenso de rafting o más de 120 para un salto de puenting. (Diario AS) Son cifras que sitúan muchas experiencias de aventura en la misma liga de precio que una noche de hotel de gama media, o incluso por encima.
El encarecimiento no es un fenómeno exclusivamente español. Los informes internacionales sobre turismo de aventura apuntan a un mercado en plena expansión, con previsiones de crecimiento anual cercanas al 15 por ciento hasta 2033 y un peso creciente de Europa dentro del negocio global. (openPR.com) Pero esos mismos análisis advierten de un “alto coste de participación”: equipos caros, traslados a zonas remotas, guías cualificados y seguros específicos hacen que el precio final de muchas actividades resulte poco accesible para los bolsillos más ajustados. (openPR.com)
La primera capa de explicación es macroeconómica. La inflación de los últimos años ha elevado el coste de la energía, de los carburantes y de muchos suministros básicos. Un descenso de rafting implica furgonetas para desplazar a los clientes, combustible, material de seguridad, logística de transporte de embarcaciones; una jornada de esquí de travesía o de bicicleta de montaña guiada depende también del precio de los vehículos de apoyo y, en muchos casos, de alojamientos rurales que ya han subido tarifas. Si el coste base se dispara, el margen para absorberlo sin tocar precios es limitado, especialmente en empresas pequeñas.
La segunda capa es laboral. El turismo activo se apoya en monitores y guías con alta responsabilidad y, en bastantes casos, titulaciones técnicas, desde técnicos deportivos de montaña hasta instructores de buceo o pilotos biplaza de parapente. La presión para mejorar salarios en el conjunto del sector turístico, sumada a la dificultad para encontrar mano de obra en zonas rurales o de interior, ha empujado al alza los costes de personal. En actividades donde la ratio guía/cliente está muy regulada por seguridad (por ejemplo, un monitor por cada cierto número de personas en barrancos o ferratas), subir sueldos casi automáticamente obliga a repercutir parte del incremento en el precio final por plaza.
El tercer gran bloque de costes está en la seguridad y el seguro. Informes recientes sobre turismo de aventura subrayan que las actividades de mayor riesgo implican primas de seguro elevadas y exigencias crecientes en materia de responsabilidad civil, protocolos y equipamiento. (openPR.com) Arneses, cuerdas, cascos certificados, neoprenos, kayaks, embarcaciones, chalecos de flotación o equipos de buceo han encarecido su precio de fábrica tras los problemas de suministros y la subida de materias primas posteriores a la pandemia. Renovar ese material según las recomendaciones de seguridad (que obligan a sustituir equipos cada cierto número de años o de usos) es hoy mucho más caro que hace una década.
En paralelo, se ha producido una transformación del propio mercado. Plataformas especializadas en experiencias outdoor, como la italiana Freedome, que ha desembarcado recientemente en España, calculan que solo el mercado europeo de actividades al aire libre mueve en torno a 15.000 millones de euros anuales. (El País) Esta profesionalización y digitalización ha permitido a muchas empresas subir un peldaño en calidad y visibilidad, pero también ha introducido comisiones, inversiones en marketing y costes tecnológicos que antes no existían para el pequeño operador local.
El resultado de este cóctel se nota en el bolsillo del cliente. Una familia que hace quince años podía encadenar en una semana de vacaciones una actividad de rafting, una salida de snorkel y una vía ferrata hoy tiende a seleccionar mucho más: quizá eligen una sola experiencia de ticket alto, combinada con senderismo por libre u otras opciones gratuitas o de bajo coste. El propio informe de Yumping recuerda que el senderismo no aparece en los primeros puestos de contratación precisamente porque, al ser barato y accesible, muchos lo practican sin contratar servicio alguno. (Diario AS)
Para los operadores, la tensión es evidente. Subir precios demasiado puede expulsar a una parte de la demanda hacia alternativas más baratas, como excursiones autoguiadas o turismo de playa tradicional; pero mantenerlos bajos en un contexto de inflación, seguros caros y exigencias crecientes de seguridad puede hacer inviables algunos negocios, sobre todo los que operan solo en temporada alta.
Aun así, el sector del turismo activo conserva un viento de cola poderoso: el cambio cultural hacia las experiencias, la búsqueda de naturaleza y bienestar, y el interés de generaciones jóvenes que declaran estar más dispuestas a viajar y a probar actividades nuevas que antes de la pandemia. (globalrescue.com) La gran incógnita es si el precio de la aventura seguirá subiendo al ritmo de los últimos años o si el mercado encontrará un equilibrio que permita a las empresas ser viables sin dejar fuera a quienes sueñan con su primer vuelo en parapente o su primer descenso de río.
