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Cuando el séptimo Mundial de Parapente de la FAI bajó el telón en Granada en 2001, muchos en la comunidad voladora

se preguntaban cuál sería el siguiente escenario capaz de mantener el listón competitivo y mediático tan alto. La respuesta llegó dos años después, al otro lado de la frontera, en el norte de Portugal. En julio de 2003, la Serra do Larouco y el municipio de Montalegre se convirtieron en la sede del octavo Campeonato del Mundo de Parapente, el mundial que tomó el relevo de Granada y que consolidó a la Península Ibérica como epicentro del vuelo de distancia en aquellos años. (Wikipedia)

Larouco no era un nombre desconocido para los pilotos de élite. Esta cordillera, con cumbre en torno a los 1.525 metros de altitud, está considerada uno de los mejores lugares de Portugal para el vuelo libre, por la combinación de laderas amplias, valles abiertos y térmicas generosas que permiten vuelos de más de 100 kilómetros en verano. (fai.org) Desde finales de los noventa la zona acogía pruebas del Campeonato Nacional y citas de la Copa del Mundo, lo que ofrecía una garantía añadida de logística, seguridad y experiencia organizativa. (fai.org)

El Mundial se disputó entre el 11 y el 27 de julio de 2003, congregando a unos 145 pilotos seleccionados por sus respectivas federaciones, una cifra que situaba al evento en la vanguardia del circuito internacional de cross country. (fai.org) La pequeña villa de Montalegre se transformó durante dos semanas en una capital efímera del parapente de competición, con un cuartel general instalado en el pabellón multiusos, un dispositivo de rescate y comunicaciones dimensionado para un evento de categoría mundial y una población volcada en recibir a deportistas y equipos técnicos.

En lo deportivo, el Mundial que siguió a Granada mantuvo la filosofía de grandes recorridos y navegación exigente, pero la geografía de Larouco marcó diferencias claras. Frente a las condiciones más marcadamente térmicas y de relieve interior andaluz, el norte transmontano ofreció un paisaje de sierras largas y altiplanos, abierto hacia las llanuras portuguesas y muy cercano a la frontera gallega. Las térmicas permitían con frecuencia techos por encima de los 2.500 metros en pleno verano, y la dirección de los vientos posibilitaba mangas con triángulos amplios o largos planeos hacia el sur y el este. (fai.org)

Crónicas de la época recuerdan mangas como la que llevó al pelotón desde Larouco hasta la zona de Marandela, con algo más de 60 kilómetros de recorrido y un tramo clave luchando contra el viento de cara en la zona de Chaves. En esa jornada, el suizo Alex Hofer se llevó la victoria parcial, demostrando el dominio que acabaría consolidando en la clasificación general. (Cross Country Magazine) No fue un campeonato fácil: las condiciones variaron entre días rápidos, con techos altos y velocidades medias elevadas, y jornadas más tácticas, donde elegir bien la línea de vuelo marcaba la diferencia entre estar en cabeza o aterrizar prematuramente en un valle.

El palmarés final confirmó a Larouco como un escenario talismán para la selección suiza. Alex Hofer se proclamó campeón del mundo, por delante del brasileño Frank Thoma Brown y del japonés Masataka Kawachi, en un podio que reflejaba bien la expansión global del parapente de alto nivel, con Europa, América y Asia representadas en las medallas. (fai.org) En la clasificación femenina, la checa Petra Krausova se alzó con el oro, acompañada en el podio por la suiza Nicole Nussbaum y la danesa Louise Crandall, que ya había brillado dos años antes en Granada. (Fédération Aéronautique Internationale) Por equipos, Suiza volvió a imponerse, seguida de Austria y Alemania, confirmando el dominio centroeuropeo en la disciplina. (Fédération Aéronautique Internationale)

Más allá de los resultados, el Mundial posterior a Granada supuso un paso adelante en la consolidación de estándares organizativos y de seguridad. La experiencia acumulada de la Federación Portuguesa de Voo Livre y del club local Papaventos, junto al apoyo decidido del municipio de Montalegre, permitió desplegar un dispositivo de transporte, rescate y seguimiento inusual para la época, con especial atención a la coordinación aérea y al uso de las amplias zonas de aterrizaje en el valle. Años más tarde, esos mismos argumentos serían utilizados por Portugal en su candidatura para volver a albergar un Mundial, presentando a Larouco como “el lugar al que hay que ir si se quiere volar alto y lejos con buenas condiciones y seguridad”. (fai.org)

En lo deportivo, el campeonato de 2003 reflejó una transición tecnológica. Las velas de altas prestaciones, ya con perfiles muy refinados y alargamientos ambiciosos para los estándares de principios de siglo, empezaban a marcar diferencias claras entre los pilotos mejor preparados y el resto del pelotón. Las mangas largas, exigentes en planeo y gestión del riesgo, pusieron a prueba tanto la finura aerodinámica de los parapentes como la capacidad de los participantes para navegar sin instrumentos tan avanzados como los que hoy se consideran imprescindibles.

Para la comunidad internacional, el Mundial de Larouco fue algo más que la continuación natural del de Granada. Supuso la confirmación de que la Península Ibérica ofrecía un abanico de escenarios de talla mundial, desde el prepirineo aragonés a Sierra Nevada y el norte portugués, capaces de acoger campeonatos del máximo nivel con solvencia. Para Montalegre y la Serra do Larouco, aquellas dos semanas de julio de 2003 abrieron una puerta duradera: desde entonces, la montaña ha seguido recibiendo Copas del Mundo, campeonatos europeos y nacionales que se apoyan, todavía hoy, en la reputación construida en aquel Mundial que tomó el relevo de Granada y que dejó grabado el nombre de Larouco en la historia del parapente. (airtribune.com)

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