Durante décadas, muchos pilotos de parapente han llevado, doblado en silencio en el contenedor del arnés, un pequeño pedazo de historia espacial.
Los paracaídas Rogallo, hoy convertidos en reservas dirigibles para emergencias, nacieron en realidad como un invento de la era de los cohetes y las cápsulas, mucho antes de que nadie hablara de vuelos biplaza en la ladera de una montaña.
La historia arranca en Estados Unidos, a finales de los años cuarenta. Francis Rogallo, ingeniero de la NACA primero y de la NASA después, y su esposa Gertrude desarrollaron un perfil flexible autoportante al que llamaron Parawing, una “ala” de tela que se inflaba con el flujo de aire y que podía plegarse y desplegarse con facilidad.(Wikipedia) Concebida como una mezcla entre ala y paracaídas, su estructura simple y ligera despertó rápidamente el interés de la incipiente industria aeroespacial. En los años cincuenta y primeros sesenta, NASA estudió seriamente su uso para recuperar cápsulas de los programas Mercury y, sobre todo, Gemini, evaluando la posibilidad de sustituir los tradicionales paracaídas redondos por una especie de gran cometa capaz de planear hasta una pista de aterrizaje.(Wikipedia)
De aquellos ensayos salieron imágenes icónicas: la cápsula Gemini colgada de una gigantesca ala flexible, o el planeador experimental Paresev, un artilugio minimalista que probaba cómo controlar un ala Rogallo mediante el simple desplazamiento del peso del piloto.(Wikipedia) Aunque el sistema acabó descartado por problemas de fiabilidad en despliegue y control fino, los experimentos de la NASA generaron una enorme cantidad de datos aerodinámicos y, sobre todo, un concepto nuevo: una superficie flexible, barata, plegable y capaz de generar sustentación de forma eficiente.
Ese concepto saltó rápidamente del mundo de los ingenieros al de los aficionados. En los años sesenta, pioneros del vuelo libre y del diseño de cometas empezaron a adaptar el ala Rogallo a configuraciones colgantes, dando origen al renacimiento del ala delta moderna: un bastidor mínimo, el piloto suspendido en posición horizontal y control por desplazamiento del peso. Organizaciones como la USHPA señalan precisamente la adopción de la Rogallo flexible como motor de esa “segunda vida” del ala delta, que se volvió popular en playas, acantilados y laderas de medio mundo.(ushpa.org)
En paralelo, otros inventores trabajaban desde el lado del paracaidismo. El canadiense Domina Jalbert desarrolló el parafoil o paracaídas de doble superficie y celdas presurizadas, antepasado directo de las velas de parapente actuales.(Wikipedia) Y en 1965, el ingeniero Dave Barish presentó su “Sailwing”, un paracaídas-planeador pensado para despegar corriendo por una ladera, disciplina a la que llamó slope soaring.(Dune Parapente) Entre las alas Rogallo para delta, las velas de Jalbert y el concepto de Barish, el terreno estaba abonado para que, años después, naciera el parapente tal y como lo entendemos hoy: un ala blanda, de perfil aerodinámico, lanzada a pie y capaz de volar térmica y distancia.
¿Dónde encaja aquí el paracaídas Rogallo como antecedente del parapente inicial? Más que un “primer parapente” en sentido estricto, la Rogallo fue la demostración de que una superficie flexible podía comportarse como un ala y no solo como un freno. Sus versiones para paracaidismo deportivo, las parawing de los años sesenta y setenta, introdujeron la idea de un paracaídas con cierta capacidad de planeo y dirección, puente tecnológico entre las campanas redondas de caída vertical y las futuras velas de celdas.(Wikipedia) En la cultura del vuelo libre, además, el término “paraglider” se usó inicialmente para referirse precisamente a esos sistemas Rogallo pensados para recuperar cápsulas espaciales, antes de que pasara a nombrar nuestro actual parapente.
Hoy, cuando el parapente deportivo se ha consolidado con alas de doble o triple banda, telas ultraligeras y perfiles complejos, el apellido Rogallo sobrevive en un ámbito muy concreto pero crucial: el de los paracaídas de emergencia. Las reservas tipo Rogallo son sistemas de rescate triangulares, con bridas diferenciadas a derecha e izquierda, capaces de generar planeo y permitir cierto control direccional al piloto, a diferencia de las reservas redondas clásicas.(skyatlantida.com) Fabricantes de referencia describen estos dispositivos como soluciones dirigibles, orientadas a pilotos que buscan no solo bajar despacio, sino también elegir, dentro de lo posible, el lugar del aterrizaje en caso de colapso irrecuperable del ala principal.(Apco Aviation)
La tecnología ha avanzado, los materiales han cambiado y las reglas de certificación son hoy infinitamente más estrictas que en los tiempos heroicos de la NASA. Pero el principio de fondo sigue siendo el mismo que inspiró a Francis y Gertrude Rogallo en su garaje: una superficie flexible que se adapta al viento, capaz de actuar como paracaídas cuando hace falta frenar y como ala cuando conviene desplazarse. En ese sentido, los paracaídas Rogallo son una especie de eslabón perdido entre las primeras tentativas de planeo con tela y el sofisticado parapente actual, y al mismo tiempo un recordatorio de que buena parte de lo que hoy consideramos “deporte de aventura” nació mirando al cielo, sí, pero también a las estrellas.
