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Bilbao no siempre fue la postal de arquitectura contemporánea y terrazas llenas de turistas que hoy conocemos.

Durante buena parte del siglo XX la ría olía a óxido y a fuel, los altos hornos marcaban el horizonte y el futuro parecía ligado, casi en exclusiva, a la industria pesada. La crisis industrial de los años setenta y ochenta dejó a la ciudad y a su entorno metropolitano, de Barakaldo a Portugalete, sumidos en el desempleo y la degradación urbana. En ese contexto, la apuesta por un museo de arte contemporáneo firmada por Frank Gehry sonaba, para muchos, a quimera futurista.

La apertura del Museo Guggenheim Bilbao en 1997 cambió ese relato. El edificio de titanio y formas curvas, plantado junto a la ría, se convirtió en un icono instantáneo. En sus primeros tres años atrajo cerca de cuatro millones de visitantes y generó alrededor de 500 millones de euros en actividad económica, según diversos estudios de impacto, que hablaban de miles de empleos indirectos ligados al turismo y a los servicios.(cms.guggenheim-bilbao.eus) Aquella oleada de curiosos, amantes del arte y viajeros urbanos fue el germen de lo que luego se bautizaría como “efecto Bilbao” o “efecto Guggenheim”: la idea de que una pieza de arquitectura icónica puede catalizar la transformación de una ciudad entera.(Future Architecture)

Pero el cambio no se limitó a las cifras. La llegada del museo coincidió con una profunda operación de regeneración urbana: soterramiento de vías, recuperación de la ría, nuevos parques, tranvía, metro y una estrategia deliberada de reposicionar a Bilbao como ciudad de servicios, cultura y conocimiento. El paisaje industrial fue dejando paso a paseos peatonales, hoteles, centros comerciales y sedes de grandes empresas. La ría, antaño cloaca, empezó a venderse como salón urbano abierto al mundo.

Con los años, el Guggenheim consolidó su papel de motor turístico. En 2024 recibió unos 1,3 millones de visitantes, la mayoría extranjeros, y su actividad se asocia hoy a cientos de millones de euros de demanda inducida y más de catorce mil empleos en Euskadi, entre directos, indirectos e inducidos.(Cadena SER) Restaurantes, comercios, guías turísticos y empresas de transporte del Gran Bilbao se alimentan de un flujo constante de visitantes que rara vez se limita a “ver el museo y marcharse”: el viajero prolonga su estancia en el Casco Viejo, la Gran Vía o las playas de Getxo y Sopelana, e incluso salta a otras capitales vascas.

La transformación también ha sido simbólica. Donde antes pesaba una imagen de ciudad gris y obrera, hoy Bilbao se vende como referencia internacional de regeneración urbana.(The Guardian) El propio término “Bilbao effect” se ha exportado a decenas de ciudades que sueñan con repetir la fórmula. Sin embargo, los expertos recuerdan que el museo fue la punta de lanza de un proyecto más amplio, sostenido en el tiempo y con una fuerte inversión pública en infraestructuras, medio ambiente y cohesión social.(ScienceDirect)

No todo son luces. El auge turístico ha revalorizado barrios y ha empujado al alza el precio de la vivienda en zonas concretas, alimentando debates sobre gentrificación y sobre la convivencia entre residentes y visitantes, especialmente en el centro histórico y en los distritos más próximos a la ría. La ciudad discute ahora cómo seguir creciendo sin perder calidad de vida, cómo repartir mejor los beneficios del turismo y cómo diversificar su atractivo más allá de la foto obligada frente al perro de flores o la araña gigante del museo.

A casi tres décadas de su inauguración, el Guggenheim sigue marcando el pulso de Bilbao y su área metropolitana. El edificio de titanio ya no es un cuerpo extraño, sino parte de la identidad cotidiana de los bilbaínos, que lo han incorporado a sus rutinas, a sus fiestas y a su orgullo local. La ciudad ha demostrado que puede reinventarse sin renegar de su pasado industrial, convirtiendo antiguos muelles y astilleros en escenarios de cultura, ocio y paseo. Y, aunque la fórmula no sea mágica ni replicable sin matices, el experimento de Bilbao permanece como uno de los ejemplos más citados de cómo el arte y la arquitectura pueden cambiar, de verdad, la vida de una ciudad y de quienes la habitan.

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