En las orillas del lago Atitlán, en la Patagonia andina o en los valles del Rift, el turismo activo (ese que combina naturaleza,
deporte y aventura: trekking, bicicleta, buceo, parapente, surf, rafting) se ha vuelto una promesa seductora para los países en desarrollo. Promete empleo, divisas y una vía rápida para conectar economías rurales con el mercado global de experiencias. Y, en efecto, el turismo es hoy un pilar macroeconómico: en 2024 la actividad aportó en torno al 10% del PIB mundial y sustentó unos 357 millones de puestos de trabajo, según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC). Tras la pandemia, el flujo internacional recuperó niveles prepandemia, prolongando la “venganza viajera” y el apetito por destinos de naturaleza. (Consejo Mundial de Viajes y Turismo)
Cuando ese visitante busca pedalear por la selva atlántica, caminar por un parque comunitario o lanzarse en parapente desde un cerro africano, el dinero puede bajar, literalmente. del avión hasta la aldea. La industria de aventura presume, además, de un encadenamiento local relativamente alto: informes recientes del ecosistema de turismo activo señalan que en torno a tres cuartas partes del gasto de un viaje de aventura permanece en proveedores locales (guías, transporte, comida, artesanía), muy por encima de los paquetes “todo incluido” de sol y playa. Para economías con poco acceso a industrias complejas, ese multiplicador en microempresas rurales es oro. (Tragento)
Pero la otra cara es menos fotogénica. En muchos países del “Sur global”, una parte sustantiva del gasto turístico “se fuga” fuera de la economía local: comisiones de plataformas, cadenas hoteleras extranjeras, importación de alimentos y equipamiento, seguros emitidos en el Norte… Distintos análisis sitúan esas fugas entre el 40% y el 80% del gasto total en destinos poco diversificados, con picos más altos en islas y enclaves dependientes de grandes turoperadores. El resultado: el país hospeda la experiencia, pero captura una fracción menguante del valor. (tourismupdate.com)
La promesa de reducción de la pobreza también exige matices. La literatura empírica muestra que el turismo puede mejorar ingresos y empleo en comunidades pobres, pero sus beneficios suelen diluirse antes de alcanzar a los más vulnerables si el entorno macro es débil, la participación comunitaria es baja o hay poca capacidad para negociar con intermediarios. De ahí el interés por modelos de turismo comunitario (CBT) que colocan a la comunidad como coproductora del servicio —desde el control del acceso al área natural hasta la gestión de alojamientos y guías— y que, bien diseñados, contribuyen a los Objetivos de Desarrollo Sostenible 1 y 8 (fin de la pobreza y trabajo decente). (Digibug)
La geopolítica del territorio añade otra tensión: la conservación versus los derechos de uso tradicionales. En África oriental, por ejemplo, los conflictos entre macroproyectos turísticos, cotos de caza y pueblos pastores se han saldado con desalojos y pérdida de pastos. Son recordatorios de que sin consentimiento libre, previo e informado, y sin beneficios tangibles para la población local, el turismo, por más “eco” que se declare, puede convertirse en un vector de desigualdad y desposesión. (The Guardian)
El impacto ambiental del turismo activo, aunque menor que el turismo masivo urbano, no es neutro: vuelos de larga distancia, presión sobre acuíferos en zonas áridas, huella en senderos y arrecifes, residuos y molestias a la fauna. Si la demanda crece sin gestión, cupos, guías habilitados, mantenimiento de infraestructuras blandas, monitoreo, la promesa de “bajo impacto” se desvanece y con ella la propia experiencia que se comercializa.
¿Qué funciona, entonces? Primero, aumentar el “anclaje local” del gasto. Reglas de compras locales, formación y certificación de guías, microcréditos para equipamiento, redes de proveedores comunitarios y cláusulas en concesiones que obliguen a un porcentaje mínimo de contratación local. En turismo de aventura, donde el servicio es intensivo en mano de obra, cada guía formalizado es un nodo que multiplica ingresos hacia transporte, comida y alojamiento. La evidencia del propio sector muestra que es posible mantener altos porcentajes de gasto local cuando el diseño de producto prioriza proveedores del territorio. (Tragento)
Segundo, transparencia y datos. Sin cuentas claras es difícil frenar la fuga de valor: registros públicos de licencias, trazabilidad de tarifas de acceso a áreas protegidas, auditorías independientes y publicación de indicadores de reparto de beneficios (qué porcentaje llega a la comunidad, cuánto se reinvierte en conservación). Esta transparencia, además, permite a los viajeros votar con la cartera.
Tercero, gobernanza territorial y derechos. La creación o expansión de áreas turísticas debe alinearse con el derecho consuetudinario, la titulación de tierras y el reparto equitativo de ingresos. En contextos frágiles, los acuerdos de beneficio compartido, canon por visitante, fondos para educación y salud, cogestión de parques no son “filantropía”, sino condiciones de posibilidad para la licencia social del turismo.
Cuarto, una transición climática honesta. Calcular y mitigar la huella de carbono, priorizar transporte terrestre donde sea viable, implantar tasas finalistas para financiar adaptación (sendas resilientes, restauración de manglares, gestión de residuos) y promover estadías más largas y menos itinerarios de “pica y corre”. La competitividad del turismo activo en países en desarrollo dependerá, cada vez más, de demostrar que protege el capital natural del que vive.
El veredicto periodístico es, por tanto, doble. Sí, el turismo activo puede ser un acelerador de desarrollo en países del “Tercer Mundo”, mejor llamado países en desarrollo, y hay pruebas de su capacidad para crear empleo y dinamizar economías rurales. Pero sin políticas que cierren fugas, sin participación comunitaria real y sin gobernanza ambiental robusta, su cara B, desigualdad, desplazamientos, degradación, gana terreno. El desafío no es atraer más visitantes, sino conservar mejor, repartir mejor y medir mejor. Sólo así la aventura de unos se convertirá en oportunidad para todos. (Consejo Mundial de Viajes y Turismo)
