Como fenómeno económico y cultural de primer orden, el turismo mueve a cientos de millones de personas cada año
y estrecha las distancias entre países. Esa misma virtud —la movilidad masiva y rápida— convierte a los viajes en un vector eficaz para la propagación de enfermedades infecciosas. La historia reciente lo ha recordado con fuerza: la globalización turística no crea patógenos, pero acelera sus trayectorias, reconfigura su geografía y exige un nuevo pacto entre salud pública, industria y viajeros.
La mecánica es conocida. Un viajero puede exponerse a un patógeno en destino —por ejemplo, a un virus respiratorio en espacios cerrados y concurridos o a una infección transmitida por mosquitos— y regresar durante el periodo de incubación, asintomático, a su lugar de origen. Allí, el caso importado puede encadenar transmisión local si coinciden tres factores: un reservorio humano o animal, un entorno social propicio (baja cobertura vacunal o redes de contacto intenso) y, en el caso de arbovirosis, la presencia del vector competente. La Organización Mundial de la Salud sintetiza este marco en su guía de viaje y salud, que subraya riesgos por tipo de desplazamiento y destino y la necesidad de preparar el viaje con vacunas y quimioprofilaxis adecuadas. (Organización Mundial de la Salud)
En Europa, el sarampión ha reaparecido con una fuerza que parecía cosa del pasado. Tras años de progresos, 2024 registró un salto brusco de casos, alimentado por coberturas vacunales insuficientes y rebrotes vinculados a movimientos poblacionales. Los datos de vigilancia europeos recogen decenas de miles de notificaciones en 2024 y 2025, con claras señales de importación y posterior transmisión en comunidades vulnerables. Para destinos turísticos con gran afluencia, cada temporada alta añade capas de riesgo si no se alcanzan coberturas superiores al 95% con dos dosis de triple vírica, el umbral que impide la circulación sostenida del virus. (ECDC)
Otro frente es el de las enfermedades transmitidas por mosquitos, donde el turismo funciona como “puente” biológico. El dengue ofrece el ejemplo más visible: millones de casos globales en 2025 y una cascada de infecciones importadas a Europa, que llegan en gran medida desde regiones endémicas visitadas por turistas. Cuando esos casos importados aterrizan en áreas europeas donde el mosquito tigre (Aedes albopictus) está asentado, aparece la posibilidad —cada vez menos teórica— de transmisión autóctona en verano. Francia y otros países han advertido ya récords de casos importados y un riesgo estacional creciente, en un contexto de clima más favorable para el vector. La vigilancia y el control vectorial en destinos y en países receptores se convierten así en una pieza económica: un brote local puede erosionar confianza, elevar costes sanitarios y dañar la reputación del destino en plena temporada. (ECDC)
La malaria, erradicada como endemia en la mayor parte de Europa, sigue llegando por la vía del viaje internacional. La inmensa mayoría de diagnósticos en el continente son importados por turistas o migrantes que regresan de zonas endémicas; es rara la transmisión local, pero el aumento de casos importados y la disponibilidad ocasional de vectores obliga a no bajar la guardia. La recomendación es clara: evaluar el riesgo antes de viajar y, cuando proceda, realizar quimioprofilaxis, además de adoptar medidas antimosquitos. Para los destinos emisores, campañas de pre-viaje bien diseñadas previenen enfermedad y evitan presión innecesaria sobre sus sistemas sanitarios a la vuelta. (ECDC)
La experiencia reciente con la mpox (viruela símica) ilustra otra vía: redes de contacto cercanas y eventos multitudinarios en destinos turísticos actuaron como amplificadores transnacionales entre 2022 y 2024. Aunque hoy la transmisión se mantiene a niveles bajos, la OMS y los CDC recuerdan que persiste circulación mundial y que la vacunación selectiva y las conductas preventivas son herramientas eficaces, especialmente para viajeros con prácticas de mayor riesgo. La lección es de manual: la información dirigida, sin estigmas, funciona; la opacidad o la banalización, no. (Organización Mundial de la Salud)
¿Qué hacer, entonces, desde una perspectiva periodística que mire tanto a la salud como a la economía del turismo? Primero, asumir que la preparación sanitaria es una infraestructura intangible del destino, tan crítica como el aeropuerto o la planta hotelera. Esto implica reforzar la coordinación con sistemas de alerta temprana y las obligaciones de notificación internacional fijadas por el Reglamento Sanitario Internacional —el marco legal que articula la respuesta a amenazas transfronterizas—, así como elevar estándares en puertos, aeropuertos y terminales de cruceros. (CDC)
Segundo, profesionalizar el “consejo pre-viaje”. Las oficinas de turismo y las aerolíneas pueden integrar avisos dinámicos sobre vacunas recomendadas, brotes activos y requisitos de entrada sanitarios en el proceso de reserva. No es paternalismo: es gestión de riesgos. Un viajero informado reduce la probabilidad de importación, evita hospitalizaciones costosas y protege la continuidad del negocio turístico. Tercero, fortalecer la higiene básica y la ventilación en espacios cerrados de alta densidad —aeropuertos, congresos, espectáculos—, donde los virus respiratorios encuentran autopistas. Cuarto, consolidar alianzas público-privadas para el control vectorial en áreas urbanas y turísticas: desde el diseño urbano (eliminar criaderos) hasta campañas de repelentes y mosquiteras en alojamientos estacionales.
Para los propios viajeros, el decálogo es sencillo y eficaz: revisar el calendario vacunal (sobre todo triple vírica), consultar fuentes oficiales antes de viajar, considerar vacunas y profilaxis específicas según destino (fiebre amarilla, fiebre tifoidea, hepatitis A/B, malaria), usar repelente y barreras físicas contra mosquitos, priorizar agua y alimentos seguros, y buscar atención precoz si aparecen fiebre o exantemas tras el regreso. La OMS mantiene guías actualizadas y los centros regionales de vigilancia publican informes periódicos que conviene seguir durante la planificación y el viaje. (Organización Mundial de la Salud)
El turismo no es el villano de esta historia. Es, más bien, un sistema complejo que multiplica oportunidades y, si no se gestiona, también vulnerabilidades. Convertirlo en una palanca de salud —y no en un vector de enfermedad— exige invertir en información, vacunas, vigilancia y coordinación. Hay pruebas de que funciona: allí donde las coberturas vacunales superan el umbral de inmunidad de grupo, donde la vigilancia detecta rápido y los destinos integran la salud en su propuesta de valor, los brotes se apagan antes de prender. En un mundo que quiere seguir viajando, ese es el verdadero pasaporte sanitario de la competitividad. (ECDC)