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De la postal al recuerdo imborrable: una historia del turismo de experiencias

Durante buena parte del siglo XX, el turismo fue sinónimo de descanso, contemplación y acumulación de recuerdos tangibles: fotografías, souvenirs y postales. Viajar significaba cambiar de escenario, normalmente buscando sol, mar o monumentos. Sin embargo, a medida que las sociedades han evolucionado, también lo han hecho sus formas de ocio. Hoy, el turismo de experiencias se erige como una de las principales corrientes del sector, pero su historia no es tan reciente como podría parecer. En realidad, es el resultado de un largo proceso de transformación cultural, económica y tecnológica.

Los orígenes: del Grand Tour al turismo moderno

Para comprender el turismo de experiencias, hay que remontarse al Grand Tour europeo de los siglos XVII y XVIII. En aquella época, jóvenes aristócratas británicos viajaban por Europa —especialmente por Francia e Italia— como parte de su formación académica. Más que turismo de ocio, era un viaje de crecimiento personal y cultural. Aunque reservado a una élite, este fenómeno ya contenía los ingredientes del turismo experiencial: aprendizaje, inmersión y vivencias transformadoras.

Con la Revolución Industrial y el desarrollo del ferrocarril en el siglo XIX, viajar se democratizó. Nacieron las primeras agencias de viajes, como la legendaria Thomas Cook & Son, que ofrecían paquetes organizados con itinerarios cerrados. El turismo se convirtió en una industria, pero aún centrado en lo visual, lo monumental y lo “exótico”.

Siglo XX: de las playas al despertar del viajero

A lo largo del siglo XX, el modelo turístico predominante fue el de masas. Las vacaciones pagadas, el auge del automóvil y los vuelos comerciales acercaron el mundo a millones de personas. España, Italia, Grecia o México se convirtieron en destinos globales por su clima y su patrimonio. Era una época de consumo turístico pasivo, donde el viajero era más espectador que protagonista.

Sin embargo, a partir de los años 70 y 80, emergen los primeros signos de cambio. El movimiento hippie, el auge del mochilero y la contracultura promueven una forma alternativa de viajar, más auténtica, más libre y más enfocada en el contacto humano. En paralelo, surge el turismo rural, el ecoturismo y el llamado “viaje solidario”, en el que la experiencia personal y el compromiso social ganan peso.

Siglo XXI: el turista como protagonista

Con la llegada del nuevo milenio y la consolidación de Internet, el turismo de experiencias da el gran salto. El viajero ya no quiere ver, quiere vivir. No basta con visitar un lugar: hay que sumergirse en él, conocer a sus gentes, saborear su cocina, participar en sus tradiciones. Plataformas como Airbnb, con su sección Experiences, y portales como Viator o GetYourGuide, ponen al alcance de todos desde talleres de cocina en Kioto hasta excursiones en bicicleta por Medellín o ceremonias espirituales en Bali.

Las redes sociales han acelerado este fenómeno. Instagram, TikTok o YouTube no solo muestran destinos, sino formas personales de vivirlos. La experiencia única, auténtica y compartible se convierte en la nueva moneda de valor. Los jóvenes viajeros —especialmente millennials y centennials— buscan emociones, historias y transformación.

Retos y futuro

El turismo de experiencias también ha enfrentado críticas: desde la banalización cultural hasta la turistificación de barrios tradicionales o el impacto ambiental de ciertas actividades. Por eso, en los últimos años se ha puesto el foco en la sostenibilidad y en la colaboración con comunidades locales para que la experiencia sea enriquecedora para todos.

Hoy en día, desde retiros espirituales en el desierto hasta estancias en granjas ecológicas o tours históricos dramatizados, el turismo de experiencias sigue expandiéndose y diversificándose. Su historia es la historia de un viajero que dejó de ser simple observador para convertirse en protagonista. Y todo indica que ese viaje —el interior, tanto como el exterior— no ha hecho más que comenzar.

Parapente Sopelana

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