Cómo centrar una térmica en parapente y ascender con elegancia
Hay algo profundamente instintivo en volar. Y cuando lo haces sin motor, suspendido únicamente por un ala inflada de tela, el cielo se convierte en un tablero donde el viento y la intuición juegan a partes iguales. Si hay un arte mayor en el parapente, es sin duda el de centrar una térmica. No se trata solo de subir: se trata de leer el aire, sentirlo, anticiparlo. Es convertir el calor invisible en metros ganados, en minutos flotando, en libertad pura. Y para eso, necesitas más que técnica: necesitas sensibilidad.
¿Qué es una térmica?
Antes de hablar de cómo centrarla, conviene entenderla. Una térmica es una columna de aire caliente que asciende desde el suelo, generada por el calentamiento desigual de la superficie terrestre. Imagina un campo arado junto a un lago. El campo, más oscuro, se calienta antes y más, generando una burbuja de aire caliente que, al ser menos densa, empieza a subir.
Ese aire ascendente es tu motor natural. Si sabes aprovecharlo, puedes permanecer en vuelo durante horas, recorrer decenas o incluso cientos de kilómetros. Pero para ello, no basta con “pillar térmicas”: hay que saber centrarlas.
Detectar la térmica: el primer paso
Todo empieza con la observación. Las térmicas no se ven, pero dejan pistas. Buitres, cigüeñas o incluso otras velas girando con gracia son señales claras. También puedes buscar contrastes térmicos en el terreno: superficies oscuras, zonas pedregosas, carreteras o tejados bajo el sol.
En el momento en que entras en una zona de ascendencia, lo notarás: el variómetro comienza a pitar con más frecuencia, el parapente se aligera, y sientes como si alguien empujara suavemente desde abajo. Ahí empieza el juego.
Girar… pero no a lo loco
El instinto del principiante suele ser empezar a girar tan pronto como nota la subida. Y aunque eso es correcto, la clave está en la calidad del giro.
Lo ideal es hacer un giro lo suficientemente cerrado como para no salirse del núcleo de la térmica, pero sin frenar el parapente ni hacer que derrape. Recuerda: el centro de la térmica es donde más sube, pero también donde más estrecho es el ascenso. Si giras demasiado amplio, puede que apenas estés aprovechando la periferia.
Cómo centrar la térmica
Una vez dentro, toca centrar. ¿Cómo? Escuchando al variómetro, pero también observando tu propio giro.
1. Evalúa tu primer giro: si al completar el círculo la tasa de ascenso empeora, probablemente el núcleo esté en otro punto del giro. Recuerda en qué parte del círculo tu vario pitaba con más intensidad: ese es tu objetivo.
2. Corrige el giro: desplaza el centro de tu giro hacia la zona de mayor ascendencia. Puedes hacerlo abriendo ligeramente el giro en la parte más débil y cerrándolo al llegar a la parte más potente. Es como empujar el círculo hacia donde está el “corazón” de la térmica.
3. Afina la inclinación: a mayor núcleo, más cerrado debe ser el giro. Utiliza el freno interior para mantener el giro, y el peso corporal para suavizar el ángulo. Evita usar demasiado freno exterior, ya que puede hacer que la vela pierda eficiencia.
4. Mantén la atención constante: las térmicas no son estructuras estáticas. Pueden desplazarse por el viento o variar su intensidad. Si notas que la ascendencia disminuye, vuelve a buscar el núcleo. No te duermas: céntrala una y otra vez.
El ritmo lo marca el cielo
Centrar una térmica es una danza. No es fuerza bruta ni matemática pura. Es ritmo, intuición y corrección constante. Hay días en los que la térmica se deja domar fácil, suave como un vals. Otros, te sacude, te engaña, se parte o se inclina. Y ahí es donde el verdadero piloto muestra su arte: leyendo, interpretando y adaptándose.
La recompensa
Cuando logras centrarla, todo cambia. El parapente se estabiliza, el variómetro canta como un canario feliz, y tú, con el corazón ligero, ves el suelo alejarse lentamente. Ganas altura, sí. Pero también ganas confianza, comprensión del aire y una sonrisa que no cabe bajo el casco.
Centrar una térmica no es solo una maniobra técnica: es la esencia del vuelo libre. Es hablar el idioma del cielo. Y cuando lo haces bien, el cielo te responde con alas.
Así que la próxima vez que sientas ese empujón ascendente, recuerda: no se trata solo de subir. Se trata de escuchar al viento, bailar con él y, sobre todo, volar con propósito.