De los pioneros al parapente biplaza en Sopelana
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha soñado con volar. Mucho antes de que los motores dominaran los cielos, visionarios se lanzaron a la conquista del aire usando solo su ingenio, la física y las fuerzas de la naturaleza. Así nació el vuelo sin motor, una disciplina que une ciencia, pasión y libertad en su estado más puro.
Los primeros pasos del vuelo sin motor se remontan al siglo XIX, cuando Otto Lilienthal, considerado el padre de la aviación, realizó más de 2.000 vuelos planificados con alas diseñadas por él mismo. Sus estudios sobre aerodinámica sentaron las bases para que, décadas después, los hermanos Wright realizaran su histórico vuelo motorizado. Pero lo que Lilienthal y otros pioneros demostraron es que era posible planear —volar— sin motor alguno, aprovechando las corrientes de aire ascendentes, los gradientes térmicos y las pendientes montañosas.
Tras la Primera Guerra Mundial, Alemania vivió una explosión en el desarrollo del vuelo sin motor. Las restricciones del Tratado de Versalles prohibían a los alemanes construir aviones motorizados, lo que incentivó la innovación en planeadores. Así nacieron las primeras competiciones y escuelas de vuelo sin motor, muchas de las cuales siguen activas hoy en día. Con el tiempo, esta práctica se diversificó en diferentes especialidades, cada una con su propia magia.
El vuelo en planeador clásico consiste en despegar remolcado por un avión o desde una ladera y luego buscar las llamadas “térmicas”, columnas de aire caliente que permiten ascender. Existen también modalidades más técnicas, como el vuelo de distancia —donde se recorren cientos de kilómetros sin motor— o el vuelo acrobático, en el que los pilotos realizan maniobras espectaculares con precisión quirúrgica.
En las últimas décadas, surgieron otras formas de vuelo sin motor, más accesibles y ligeras, como el ala delta o el parapente, este último revolucionando la manera en que interactuamos con el aire. Sin estructuras rígidas, el parapente permite despegar corriendo por una ladera y volar al ritmo del viento, en una danza silenciosa y emocionante.
Y es aquí, entre acantilados y playas del norte de España, donde el vuelo sin motor encuentra uno de sus escenarios más privilegiados: Sopelana, en la costa vizcaína. Este rincón es un paraíso para los amantes del aire. Gracias a sus condiciones ideales de viento y su orografía única, Sopelana se ha convertido en un punto de referencia para el parapente biplaza.
Imagina correr unos metros junto a un instructor experto, notar cómo el ala se infla por encima de ti, y de repente... el suelo desaparece. El mar Cantábrico se abre ante tus ojos, los acantilados se tornan pequeños, y el único sonido es el viento rozando tu casco. El vuelo en parapente biplaza no es solo una experiencia; es una conexión íntima con el cielo, la tierra y el mar. Es el legado de siglos de sueños alados, hecho realidad con una sonrisa de vértigo.
¿Listo para volar?